Mel Kadel, Drip Drip

11.8.10

la herencia de Gutenberg

¿Será el e-book, el libro electrónico?
Para quién lee, el libro impreso es un soporte de la literatura altamente
funcional, difícil de sustituir en muchos de sus cometidos, y que ha ido evolucionando hasta convertirse en lo que ahora es: la suma del placer y la utilidad.
En determinados casos su funcionalidad es limitada, entonces es razonable sustituirlo por el libro electrónico. Pero en muchos momentos es un lujo tener un libro entre las manos, aspirar su olor cuando lo abres por vez primera o escuchar su sonido al pasar las hojas. Es un placer sensual (casi) erótico. El libro impreso es un objeto bello con un valor intrínseco. Es... una cuestión de tacto, de piel. Eso no puede desaparecer.

Si Gutenberg levantara la cabeza... ¿qué diría?



Imagen: Fernando Flores


Primera: ¿sabe por qué libros como éste son tan importantes? Porque tienen calidad. Y, ¿qué significa la palabra calidad? Para mí, significa textura. Este libro tiene poros, tiene facciones. Este libro puede colocarse bajo el microscopio. A través de la lente encontraría vida, huellas del pasado en infinita profusión. Cuantos más poros, más detalles de la vida verídicamente registrados puede obtener de cada hoja de papel (...)

¿Se da cuenta, ahora, de por qué los libros son odiados y temidos? Muestran los poros del rostro de la vida. La gente cómoda sólo desea caras de luna llena, sin poros, sin pelo, inexpresivas. Vivimos en una época en que las flores tratan de vivir de flores, en lugar de crecer gracias a la lluvia y al negro estiércol. Incluso los fuegos artificiales, pese a su belleza, proceden de la química de la tierra.
Y, sin embargo, pensamos que podemos crecer, alimentándonos con flores y fuegos artificiales, sin completar el ciclo, de regreso a la realidad.

Conocerá usted la leyenda de Hércules y de Anteo, gigantesco luchador, cuya fuerza era increíble en tanto estaba firmemente plantado en tierra. Pero cuando Hércules lo sostuvo en el aire, sucumbió fácilmente. Si en esta leyenda no hay algo que puede aplicarse a nosotros, hoy, en esta ciudad, entonces es que estoy completamente loco.

Bueno, ahí está lo primero que he dicho que necesitábamos. Calidad, textura de información.

R Bradbury, Fahrenheit 451

6.8.10

hasta los huesos

Un regalo para este verano tedioso. Una joyita: Hasta los huesos, un corto de animación con plastilina de René Castillo. Mexicano hasta los huesos y más allá. Mariachis, balaseras y la muerte omnipresente. Puritito folklore mexica. No hay dolor. La muerte es un club nocturno. Serpiente emplumada, gusanos, amor y tragedia remojados en tequila. Un muerto que se resiste a la corrupción. El triángulo muerte-amor-sexo. Eros y Tanatos.
(Para no perderse: La Llorona, magnífica en la voz de Eugenia León sincronizada magistralmente con la mímica del personaje, min. 4:50)

5.8.10

nocturno


Imagen: L Beltrán

Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos. Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón. ¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo, y cuál será la intención de los papeles que se arrastran en los patios vacíos?
Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras, y en que las cañerías tienen gritos estrangulados, como si se asfixiaran dentro de las paredes.

A veces se piensa, al dar vuelta la llave de la electricidad, en el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones. Y a veces las cruces de los postes telefónicos sobre las azoteas tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes, como un gato o como un ladrón.

Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el lomo, y en las que súbitamente se comprende que no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme.
¡Silencio! —grillo afónico que nos mete en el oído—. ¡Cantar de las canillas mal cerradas! —único grillo que le conviene a la ciudad.

Oliverio Girondo, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía
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