Mel Kadel, Drip Drip

31.3.10

el otro emperador de los helados



Poesía alucinada y apocalíptica como una maldición la de Leopoldo María Panero. Singular poeta loco e increíblemente visionario; poeta maldito lejos de tertulias televisivas y de premios. En sus escasas apariciones en público, sedado y fumando compulsivamente como si fuera a morir mañana, perora con su verborrea de alucinado sobre lo divino y lo humano.
Con una trayectoria vital predestinada a la locura y la autodestrucción se ha podrido en cárceles y manicomios, donde no ha dejado nunca de escribir. Puede no gustar, ser repudiado desde determinados ámbitos, pero las potentes y surrealistas imágenes que convoca y despierta en la imaginación afectan a cualquiera que lo lee. Sus versos tienen la belleza del mal, de la locura. Pero hay sabiduría en la locura…

Él mismo ha dicho que escribe como escupe y, a veces, yo misma concibo así la poesía: un escupitajo a la cara de algunos, los teóricos de lo correcto y lo útil, quienes la consideran inservible. Es la suya una poética de la caída que nos retuerce las tripas y el corazón (a veces la única verdadera) Ahí va una muestra, como una pesadilla, sobre el morboso placer de escribir.


Los libros caían sobre mi máscara (y donde había un rictus de viejo moribundo) y las palabras me azotaban y un remolino de gente gritaba contra los libros, así que los eché todos a la hoguera para que el fuego deshiciera las palabras...
Y salió un humo azul diciendo adiós a los libros y a mi mano que escribe: "Rumpete libros, ne rumpant anima vestra": que ardan, pues, los libros en los jardines y en los albañales y que se quemen mis versos sin salir de mis labios: el único emperador es el emperador del helado, con su sonrisa tosca, que imita a la naturaleza y su olor a queso podrido y vinagre. Sus labios no hablan y ante esa mudez de asombro, caigo estático de rodillas, ante el cadáver de la poesía.

Leopoldo M Panero, A quien me leyere

Pero la poesía no muere, siempre estará ahí, abriendo todas las puertas...

exposure



Alergia. Duele el espíritu. La primavera, el éxodo pascual. Gallinas en libertad, cacareando felices en Alicante. Ese robot sonriente se parece mucho a ti. Ah si? Blancos al sol de abril. Bancos. Blancos.
Deja que la lámpara concentre sus rayos (WS) No servirás a dos amos, oh dios del flexo. Estas letras que crecen en la primavera estéril. Yo también tengo mi guitarra azul.

XXXII
Afuera de las luces, las definiciones,
y habla de lo que veas en lo oscuro.

Esto es esto o aquello es aquello,
pero no uses los corruptos nombres.

Cómo caminarás en este espacio y sabrías
nada del furor del espacio,
nada de sus jocosas creaciones?
Mira afuera. Nada debe interponerse.

Entre tú y las formas que escoges, cuando
la corteza de la forma ha sido destruída.

Tal como tú eres? Tú eres tú mismo.
La azul guitarra te sorprende.


W Stevens, El hombre de la guitarra azul (fragmento)

27.3.10

escribir

¿Quien dijo que,
reptante empieza la palabra bajo
los torbellinos de la luz sangrienta,
desde esta sombra nunca
podríamos cantar?

Alguien miró sin fin desde la muerte.

Aún puedes ver aquel ojo en lo oscuro.

Y cómo, preguntaron, cómo

escribir después de Auschwitz.

Y después de Auschwitz

y después de Hiroshima, cómo no escribir.

¿No habría que escribir precisamente

después de Auschwitz o después
de Hiroshima, si ya fuésemos, dioses
de un tiempo roto, en el después
para que al fin se torne en nunca y nadie pueda
hacer morir aún más los muertos?


J A Valente, Hibakusha (fragmento)
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