Un poeta debe ser más útil que ningún ciudadano de su tribu. Un poeta debe conocer diversas leyes implacables. La ley de la confrontación con lo visible, el trazado de líneas divisorias, la de colocación de un rompeaguas y la sumaria ley del círculo. Ignora en cambio el regicidio como figura de delito y otras palabras falsas de la historia. La poesía ha de tener por fin la verdad práctica. Su misión es díficil.
Aunque el tiempo suave y despejado sonríe de nuevo sobre el condado de tu estima y sus colores regresan, la tormenta te ha cambiado: no olvidarás, nunca, la oscuridad que borra la esperanza, la tempestad que profetiza tu perdición.
Debes vivir con tu conocimiento. Muy atrás, más allá, fuera de tí hay otros en ausencias sin luna, de los que nunca supiste, quienes desde luego supieron de tí, seres de género y número desdonocidos: y no les gustas.
¿Qué les has hecho? ¿Nada? Nada no es una respuesta: llegarás a creer -¿cómo vas a evitarlo?- que se lo hiciste, que les hiciste algo; te encontrarás deseando poder hacerles reír, ansiarás su amistad.
No habrá paz. Contrataca, pues, con todo el valor que tengas y todos los amagos canallas que conozcas, con la tranquilidad de conciencia de que su causa, si la tuvieron, no les importa ahora en absoluto; odian simplemente por odiar.